Un hombre bueno (Por Marcelo Romano)

Recuerdo tener 5 ó 6 años (hoy tengo 44), ir los domingos a buscar a mi papá al viejo diario en la camioneta de mi abuelo y que un hombre de bigote negro (al que llamábamos “el mostro”) nos corriera a mí y a mi hermano jugando entre los escritorios; después nos ponía una hoja en la máquina de escribir y nos dejaba jugar “a ser periodistas” (¿habrá influido en algo?). Recuerdo el nacimiento de mi primera hija, el golpe en la puerta de la habitación y el abrazo con un grito de alegría compartida del “tío” que obligaba a pedirle mesura. Recuerdo un pico de presión por estrés en la redacción, el dejar todo sin dudarlo y acompañarme a la guardia del sanatorio, en medio de la vorágine del cierre diario. Ni hablar de los problemas cotidianos (vinculados al periodismo): omnipresente, servicial, con una gestión para que todo tenga su respuesta, su solución. Estaba siempre para todo y para todos, pero también afuera, en la vida, cuando más se necesita el gesto solidario de alguien, la palma en el hombro.

Hay muchas maneras de dividir a las personas pero una sola los define y determina su huella, lo que dejarán en los otros. Casi nadie es tajantemente bueno o malo; según diferentes situaciones podemos ser vistos de determinada manera o comportarnos de otra. Obviamente hay momentos en los que no hay lugar para la discusión, pero la mayoría nos vamos moviendo, haciendo equilibrio, en el intento recurrente de no fallar en algún paso. Pero hay algunos pocos, escasos lamentablemente, plenos de virtud, predispuestos naturalmente a ayudar. Cruzarse con uno de ellos enriquece el alma, porque siempre contagian luz, alegría. Y ahí anda el “Tío” Mendoza, amigo de absolutamente todos, preocupado por cada uno. Si tenés un problema en el diario, buscalo al “Tío”; si te pasa algo afuera, seguro que aparece el “Tío”.

Hoy te vas de esta tu gran casa que siempre va a ser el diario, pero nunca te vas a poder alejar de la vida de todos nosotros. Patriarca de la sección Deportes, por ascendencia y virtud, nombrado en cada jornada en alguna anécdota entre risas, extrañaremos tu predisposición y generosidad, tus ocurrencias y salidas inesperadas. Acá dejás una gran familia, “Tío”. ¿Te imaginás lo que hubiera sido la fiesta sin este maldito covid?

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