Esta semana nos dejó sorpresivamente el compañero Eduardo Baumann. Su amigo Claudio “Turco” Cherep, le dedica estas palabras.
Es un clásico que se muere un tipo y se enumeran sus virtudes. Es bien conocido que un tipo se muere e incluso aparecen condiciones que en vida ni siquiera tenía. Ya sabemos que se muere un tipo y las anécdotas que protagonizó se agigantan. Es factible que un tipo se muere y pasa a tener más amigos y más enamoradas que antes. Es así nomás que se muere un tipo y sin que lo apruebe el Vaticano se convierte en santo. Es un hecho que un tipo se muere y goza de diez días mitológicos hasta pasar a ser un muerto con todas las letras, al que se recordará puntualmente cada aniversario de su muerte.
Pero esta semana se murió un tipo que no se murió ni se va a morir en la puta vida; o en la puta muerte. Ese tipo es Eduardo Baumann, grandulón chiquilín, libretista cantor, hijo padre, hermano tío, compañero amigo, esposo amante, gentleman personaje, vagabundo de barrio Candioti, conocedor de mundos y del mundo.
(La puta madre). Se murió Eduardo Baumann y ni me pidan que lo recuerde con un llanto como el que se nos escapó la hijaputa noche del lunes. No señor. Eduardo Baumann viene a las mesas nuestras como siempre, se acomoda los pelos largos retobados y canosos en el bar de siempre y se prende el enésimo pucho mientras mete mano en su cartera y saca –escritos con lapicera- los últimos libretos para el Gringo Fessia.
Eduardo Baumann –que no es de enojarse- se enoja si nos ve nostálgicos en su recuerdo y se despacha con una broma pesada para que nos caguemos de risa, que a eso había venido él para estos pagos: a cagarse de risa, pero nunca solo, siempre acompañado. Así que, ni una lágrima, eh.
(¿Cómo mierda puede ser?) Esta noche a las 12 en punto toca Piazzola y arranca Escuchan en el Fondo, como todos los días desde hace 20 años y a otra cosa. Es así la suerte de los que se mueren y no se mueren más.
El sábado dirige el equipo del Coro en la liga. Eduardo Baumann no puede jugar más pero se hace director técnico y los hace jugar a todos porque solo concibe las cosas desde un colectivo. Si canta lo hace en coros y si juega, en equipos de once. Si hace radio escucha más de lo que habla y si habla contagia su humor entre fino y ácido.
Los que se mueren para vivir presentes todos los días descreen de esos que teorizan sobre la amistad y caen en lugares comunes para decir que “amigos, lo que se dice amigos, tengo muy pocos”. Cuando se vive muriendo un Eduardo Baumann es para contestarles a todos los giles que los militantes empedernidos de la amistad como los Eduardo Baumann son amigos de los amigos más allá del último día. Y que tienen de a miles.
(¡Me cago en Dios, Eduardo!), dicen en la radio, en la calle –lo dicen los consoladores de tontos- que en la tierra no hay imprescindibles. Dicen los que no te conocían. Porque Eduardo Baumann era/es un imprescindible. Primero que nada, porque no te creías imprescindible y después porque podemos buscar testigos. Se lo podemos preguntar a la Tota y los chicos. A tus hermanos, a tus viejos, a tus sobrinas. A tus compañeros de toda la vida, a tus oyentes, a los que, como yo, ahora mismo, estamos mintiendo con eso de que no vamos a llorar.
Eduardo Baumann, hijo de puta, decime por favor que esto no es cierto y me voy a dormir tranquilo. Y si por esas cosas de la muerte llega a ser verdad lo que andan diciendo por ahí, que te fuiste, que no vas a volver, apenas te pido que tu receta de vivir feliz se cocine en todas las casas de los que te queremos, de los que te extrañamos, de los que tenemos un nudo en ese pecho que te cagó la vida, de los que estamos esperando que nos despierten mañana diciéndonos al oído que esto se trató de otra joda tuya, de la última joda de Eduardo Baumann.
Claudio Cherep